El Espíritu Santo proporciona un enorme dinamismo para la existencia de la Iglesia y su actividad en el mundo. En particular, para nosotros los adoradores nocturnos reviste una importancia que difícilmente podemos valorar en toda su amplitud.
Y es que el Señor Jesús, el Primer Consolador, con su actuación visible entre los Apóstoles y los discípulos de su tiempo, otorgaba el ánimo y el entusiasmo que los seres humanos necesitamos para actuar y para seguir a alguien al escuchar su palabra. Pero nosotros, en nuestro tiempo, ya no contamos con Él como ser humano.
Entonces ¿Qué nos queda? ¿Con quién contamos?
Contamos con el Espíritu Santo, “Señor y dador de Vida”, el “Consolador”, el “Abogado”, el “Defensor” el Segundo Consolador enviado por el mismo Señor Jesús: “Yo rogaré al Padre que les mande otro Consolador, el Espíritu de la Verdad para que esté siempre con ustedes.” (Jn 14, 16). Y anunciando su pasión y muerte, Él les dice a sus discípulos, lo que igualmente vale para nosotros: “No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán, y vivirán porque yo vivo”, (Jn 14,18-19).
Nuestro tiempo es el tiempo del Espíritu Santo. Su actividad es conducir a la Iglesia por el Camino, la Verdad y la Vida. Nuestra esperanza es, en primera instancia, una esperanza fundada en nuestro amor al Espíritu Santo; nuestra fe es, igualmente, fundada en esa esperanza: nadie puede decir que Jesús es Señor, si no somos impulsados por el Espíritu Santo.
Es verdad que el acontecimiento pascual, la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, trajo, para toda la Creación, de la cual formamos parte los humanos, la redención prometida al principio. Nadie puede llegar al Padre si no es por el único mediador Jesucristo Nuestro Señor.
Pero es el Espíritu Santo quien nos hace conocer al Señor Jesús en toda su divinidad. Es esta generosa Persona quien nos conduce a esta verdad grandiosa, porque el mismo Señor lo prometió: “ Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los guiará a toda verdad... Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes.” (Jn 16,13a; 15-16).
Nuestro Dios y Señor Espíritu Santo mantiene y aviva nuestra fe, Él es la razón de nuestra fe. Esta fe es mantenida tanto interiormente como exteriormente: interiormente, porque ha puesto su habitación en lo más profundo de nosotros por el bautismo y la confirmación; exteriormente porque nadie puede aprisionar la excelsitud de Dios.
¿Para qué es mantenida esta fe? Para transformar al mundo, para hacerlo santo y habitación de Dios Trino, venciendo al mal que hay en él; es decir: evangelizar. En la lucha no estamos solos, el Señor Jesús lo prometió: “En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo.” ( Jn 16, 33b). Aquí está también la labor del Santo Espíritu: nos mantiene en la valentía para vencer en esta lucha contra el mal.
Así que todos los cristianos le debemos mucho amor a Nuestro Señor el Espíritu Santo.
Para nosotros los adoradores nocturnos, mujeres y hombres con una vocación especial, la deuda es mayor. El Espíritu Santo estuvo presente de forma singular en nuestra consagración como adoradores: Cuando nos consagraron y no revistieron con nuestro distintivo cantamos: “Ven Espíritu creador, visita nuestras almas...” y Él nos condujo a la verdad plena: “ Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán, y vivirán porque yo vivo” Así habló el Señor Jesús ¡Cuánta verdad!
¿Acaso no lo vemos en la Eucaristía? ¿Acaso no vivimos porque Él nos hace partícipes de su propia vida cuando nos acercamos al Divino Manjar? ¡Qué maravilla! Porque lo vemos y vivimos por Él, es que cada noche en que nos toca nuestra vigilia, nos presentamos en visita privada para cantarle y alabarle a Él, al Señor Jesús, y junto con Él, darle gloria al Padre.
Es el impulso de nuestro Señor Espíritu Santo que llena nuestros corazones y enciende en nosotros el fuego de su amor para realizar la labor divina que nos ha sido encomendada por amor.
Es el Otro Consolador que nos hace reconocer al Primero. A Él la gloria sin fin.
Ven Espíritu Santo y desde el cielo envía un rayo de tu luz.
Ven padre de los pobres, ven dador de las gracias, ven luz de los corazones.
Consolador óptimo, dulce huésped del alma, dulce refrigerio.
Descanso en el trabajo, en el ardor tranquilidad, consuelo en el llanto.
Oh luz santísima: llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles.
Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea inocente.
Lava lo que está manchado, riega lo que es árido, cura lo que está enfermo.
Doblega lo que es rígido, calienta lo que es frío, dirige lo que está extraviado.
Concede a tus fieles que en Ti confían, tus siete sagrados dones.
Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales el eterno gozo.
Amén, Aleluya.
La Bandera de la Adoración Nocturna Mexicana.
La Bandera en el Ritual.
Nuestra Bandera contiene un rico simbolismo. A grandes rasgos simboliza la presencia del Señor Jesús entre su Pueblo que peregrina en la Adoración Nocturna, por su presencia eucarística, ya que nuestro Dios yl Señor en la Eucaristía tiene dominio sobre todo el universo.
Por esa presencia de Dios entre nosotros que ella simboliza, merece todo nuestro respeto; pero sin llegar a extremos de considerarla como algo divino ya que es solamente un símbolo de lo que, finalmente, debemos ser nosotros. Nuestra bandera nos llama a manifestar esa santidad que hemos adquirido en nuestro bautismo; nos llama a ser cada uno de nosotros presencia eucarística, es decir a ser testigos de esa presencia santa de nuestro Dios y Señor Jesucristo en el pan y el vino consagrados: la Eucaristía.
Así que la bandera, siendo un lienzo hermosamente bordado y respetable, no puede ser santa porque es solamente una cosa; santos deben ser sus portadores porque ellos son Templo de Dios desde su bautismo. Por esta gran responsabilidad los abanderados tienen que ser debidamente preparados, ya que existe la posibilidad de que puedan ser escogidos para presidir alguna vigilia solemne.
A continuación se enumeran algunas indicaciones para el uso de la bandera, anotadas en nuestro Ritual. Posteriormente ampliaremos con otras.
Pág. 31Inciso 15a.-
Expuesto el Santísimo Sacramento, a nadie más se le debe reverencia...la bandera no lleva hachas; no se besa el distintivo, etc.
Pág. 33, 22a.-
El Presidente de la Sección tiene el derecho de llevar la bandera en los actos generales o solemnes a que concurra la Sección, pero puede delegar este honor a otro adorador. En los actos de un solo turno corresponde al Jefe llevar la bandera; en los de más de un turno, al Jefe del más antíguo, siempre con facultad de delegar.
Pág. 33, 23a.-
USO DE LA BANDERA.- Leer de pág. 33 a la 36 del Ritual.
Pág. 37, 25a.-
En la sala de guardia... se requieren...dos hachas de cera para la guardia de la bandera...
Pág. 50
Terminada la Junta de Turno... el jefe de noche designa a los portahachas...
Pág. 52
Salida y Presentación de la Guardia.
2. El Jefe de noche toma la bandera y llevando delante al Secretario (de turno) con la bandeja de las intenciones y a derecha e izquierda dos adoradores con hachas encendidas, pasan solemnemente por enmedio de las filas a colocarse a la cabeza.
3. En cuanto entra en filas se canta la siguiente estrofa (Vexilla Regis: Los Estandartes del Rey) en su tono propio y los adoradores, cuando pasa la bandera que preside, por delante de cada uno, inclinan profundamente la cabeza.
4. Llegada la bandera a la cabeza de las filas y terminado el canto de la anterior estrofa, el que preside entona el sacris solemniis.
(Pág. 34, regla B-a. A la salida de la Guardia, al pasar entre filas, mientras se canta el "Vexilla", enhiesta. En marcha, durante, durante el "Sacris Solemniis", hasta llegar al presbiterio, al hombro derecho).
Pág. 54, 5.
Llegados al altar, el abanderado se coloca de pie en el presbitrio del lado izquierdo, teniendo la bandera en la mano derecha y la izquierda hacia el altar. Los que llevan las hachas se retiran.
A la Exposición de Nuestro Señor, el Santísimo Sacramento.
Tan luego que Nuestro Señor y Dios se expone al colocarlo en la Custodia, el abanderado, estando de pie, debe presentar la bandera. Esto es extendiendo el brazo con que se sujeta la bandera e inclinándola levemente. Si no se inciensa al Señor por alguna razón, esto es lo único que se hace, no se arrodilla ni se rinde la bandera.
A la incensación el abanderado rinde la bandera.
Para rendir la bandera:
1)El abanderado hinca la rodilla derecha en tierra sin inclinar el cuerpo.
2)Inclina la bandera desplegada en forma horizontal sin que llegue al suelo.
3)Acabado el acto, pone vertical la bandera.
4)Se pone el abanderado de pie.
El abanderado coloca la bandera en su peana y puede retirarse.
Observaciones.-
a)La bandera que preside siempre irá del lado izquierdo del altar y solamente ella. Esto es porque cuando hay muchas banderas la que preside es la única que representa a Nuestro Señor Jesucristo y se indica con los portahachas que van a su lado. Las demás banderas son solo banderas de guardia y, en todo caso, representan a su sección. En vigilias ordinarias de un solo turno, como solo hay una bandera presente, esta es la que preside y ella es la que representa al Señor. Las banderas que acompañan a la que preside, son banderas de honor. Estas, al llegar al altar, van del lado derecho.
b)En el punto 2) anterior se dice que la bandera debe ser "desplegada en forma horizontal sin que llegue al suelo". Normalmente esto es imposible ya que el abanderado está hincado y el lienzo es largo y por ello siempre llegará al suelo. Se recomienda inclinar la bandera a los sumo a 45° para la rendición. No olvidar que para que el asta de la bandera no resbale, su extremo que va en el piso debe detenerse con la rodilla derecha que el abanderado tiene en el piso.
Cuaresma: inventario de valores.
Nuevamente el Dios de amor, Padre nuestro, nos llama a platicar, de padre a hijo acerca del modo en que hemos llevado nuestra vida, durante el tramo del pasado año a este otro. Una plática en actitud de verdadero amor.
¿Cuál ha sido nuestra respuesta al mundo de nuestra esperanza y de nuestra fe?
¿Hemos confirmado nuestro amor a Dios, amor que debimos haber manifestado en la atención a nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados?
¿Hemos buscado la verdad en torno a nuestra fe escuchando la voz del Espíritu Santo que se hace oir por boca de nuestros pastores?
O hemos escuchado la vana palabrería de la publicidad comercial: los ataques a la Iglesia y a nuestros pastores; la justificación de los vicios y pasiones; la defensa de las ideologías de muerte para los recién concebidos o para los que se preparan para su propia pascua para ir a habitar en una de esa habitaciones que el propio Señor ha preparado para nosotros, o de aquellos que pregonan una sexualidad desordenada.
Nuestros valores cristianos ¿Han disminuído al grado de que lo poco que nos quedaba ha desaparecido? ¿O han aumentado, aunque sea un poco, para incrementar nuestro tesoro para la vida eterna?
Cuaresma es el tiempo de hacer un inventario de esos valores cristianos nuestros. Si han disminuído, busquemos al dueño de la cosecha para suplicar su ayuda amorosa.
Hoy más que nunca, nuestra fe en el Resucitado, el Viviente de la Eucaristía, tiene que fortalecernos para resistir todos los ataques, a veces brutales, que los sin Dios lanzan contra sus fieles.
La vida en un mundo donde la verdad se opaca entre tantas falsedades necesita de soporte, de fundamentos sólidos para nuestra fe.
Y es hoy, como ayer y siempre, el amor de Dios por nosotros, manifestado plenamente en el Hijo --nuestro Dios y Señor de la Eucaristía-- quien sale a nuestro encuentro para revitalizarnos y para darnos luz y mostrarnos el camino.
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", nos dice el Señor Jesús. Si queremos, como cristianos, ser dignos y coherentes, tenemos que seguirlo a Él de manera responsable, escucharlo y preguntarle y, en consecuencia, actuar según nos pide.
Tenemos que buscarlo, para contarle nuestras penas, hablarle de nuestras carencias, de lo que nos aflije y entristece y de lo que aflije y entristece a aquellos a quienes amamos .
Pero, inclusive, contarle nuestras traiciones, nuestras tentaciones y nuestras caídas, nuestra falta fe y suplicarle que nos haga confiar en Él, como San Pedro al hechar nuevamente las redes al mar, a pesar de no haber pescado nada anteriormente.
Su amor y gracia se nos otorgará, con plenitud trinitaria, cuando, reconociendo nuestras faltas y pecado, humildemente nos arrodillemos ante su ministro y supliquemos su perdón. Y entonces escucharemos con gozo las palabras de vida: "Yo te perdono, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...", en el Sacramento de la Reconciliación.
Y si el temor nos mantiene inmóviles, Dios nos ha dado un recurso adicional: la bendita Virgen María, que extendiendo su brazo nos toma de la mano y, con amor de Madre, nos conduce hacia aquel que es Camino, Verdad y Vida.
Rubén Robles Monge.